La creencia de que una copa de vino al día no solo no es perjudicial sino que es aconsejable, se instaló durante décadas en España. Se avalaba en base a dos de sus compuestos con efectos antiinflamatorios, el etanol y los polifenoles, que prevendrían dolencias cardiovasculares. Los polifenoles también centran ahora la hipótesis de otro efecto protector renal del vino. Pero, ¿qué evidencia científica existe?
Para empezar, no puede calibrarse de la misma forma una hipótesis que involucre en la mejora de un órgano a una bebida alcohólica y a otra no alcohólica. Aunque se haya instaurado esa visión amable del vino diario, no hay que olvidar que hablamos de un producto cuya graduación alcohólica oscila entre un 11 y un 14 por ciento en la mayoría de casos. Además, los tintos suelen tener un mayor contenido alcohólico frente los blancos y los rosados.
Un estudio llevado a cabo en la Universidad de Chile centró su objetivo concretamente en el vino tinto para estudiar la protección que podían ejercer los polifenoles, compuestos naturales que atrapan los radicales libres, de cara a favorecer una mayor absorción intestinal de los antioxidantes.
En un ensayo con ratas, este equipo científico certificó que los polifenoles, componentes no alcohólicos del vino, eran capaces de modular el aumento en la expresión y la actividad del CYP 2E1 de hígado y riñón del animal.
La función renal es la de filtrar diariamente desechos y líquido presentes en la sangre y producen la orina. En este sentido, el equipo científico chileno indica que el vino tinto puede ayudar a un mejor filtrado evitando además la actividad bacteriana tanto en los riñones como en la vejiga.