La idea compartida es que la vejez llega poco a poco, con la calma del paso de las estaciones. Como el tic-tac de los segunderos, llevándose las horas de manera irremediable, pero respetando los tiempos. Sin embargo, la verdad es que muchas veces, lejos de llegar con parsimonia, la senectud aparece de improviso, casi de manera abrupta. Como cuando nos convertimos en padres de nuestros padres.
Casi siempre sucede algo que nos obliga a tomar conciencia de la edad y el estado de nuestros progenitores. Una caída y la rotura de la cadera, ese dolor de rodilla que termina reemplazándose por una prótesis, unos olvidos que se vuelven cada vez más constantes… De pronto, y sin saber cómo, ese padre o esa madre que, a pesar de tener sus años, podía con todo, ahora necesita mucha ayuda.
La dependencia de uno de los progenitores marca siempre un antes y un después en nosotros. Es ese acontecimiento, esa muesca emocional, que nos demuestra que, la auténtica vejez (no la de la arruga, sino la que limita la vida) llega con la enfermedad que limita. Esa que transforma a nuestra madre todoterreno y a nuestro padre de la sonrisa eterna y eterna disponibilidad, en niños necesitados.
Y en efecto, nadie —o casi nadie— está preparado para dar este paso.
Cuando nos convertimos en padres de nuestros padres: ¿cómo gestionarlo?
En efecto, hay una parte de nosotros que ha dado por sentado que sus padres jamás envejecerían. Más aún, que se valdrían por sí mismos hasta edades muy avanzadas, que estarían disponibles día y noche y serían ese soporte constante 24/7. Sin embargo, como bien hemos señalado, llega un día en que el teléfono suena y papá o mamá está en un hospital.
Los médicos nos dicen entonces aquello de «es ley de vida, es mayor». Entonces, miramos a nuestros padres y ellos nos miran, y justo en ese momento, se toma conciencia de manera conjunta de que el tiempo no pasa en balde, y a veces, es traicionero. También, de que el paso de las estaciones ha traído ya un invierno algo incierto en el que tendrán que cambiar muchas cosas.
Cuando nos convertimos en padres de nuestros padres, debemos lidiar primero con un duro proceso de aceptación. Es un rol que nos viene grande, que nos parece innatural, hasta distorsionado. A pesar de ello, es evidente que pocas realidades han definido tanto al ser humano como el cuidado de las personas mayores. Es un acto de responsabilidad, de amor y de justicia social.
Nuestro proceso particular de duelo: de la negación a la aceptación
Cuando nuestros padres dejan de valerse por sí mismos, nos convertimos en “cuidadores”. No es fácil integrar esa nueva posición en la dinámica familiar. Tampoco en nuestra vida cotidiana. Por ello, siempre es adecuado manejar ese conjunto de sentimientos contrapuestos.
Es común que la tristeza se entremezcle con el miedo, con la rabia, y las preguntas constantes (¿por qué mi padre/mi madre ha llegado a este punto? ¡Si era una persona muy activa!). Evitemos silenciar todo ese cúmulo de emociones y sensaciones. Asumamos también que no todas las preguntas tienen respuesta. Dar presencia a cada emoción, aceptar la nueva situación y desahogar nuestros sentimientos con personas que nos escuchen y entienden es un buen inicio.
También los padres deben saber convertirse en “hijos”
Es muy posible que nuestro padre/madre fuera alguien acostumbrado a tener autoridad. Además, han pasado toda su existencia teniendo pleno control sobre sus vidas, tomando decisiones. Y, por supuesto, si hay algo a lo que están habituados es a hacer de padres. También de abuelos. No es sencillo que, de un día para otro, asuman que son dependientes de sus hijos. Perder su autoridad, así como su capacidad para valerse por sí mismos, también puede ser traumático para ellos. Es decisivo que estemos pendientes de su estado anímico.
Tal y como nos revela un estudio hecho en colaboración con varias universidades de Estados Unidos, aunque demos por sentado que la depresión es menos frecuente en la población de edad avanzada, el problema está en que no siempre se diagnostica. Además, la depresión en el adulto mayor tiene efectos más severos, pudiendo dar cuadros de demencia. Es importante tenerlo presente.
Asesoramiento especializado y apoyo del entorno
Cuando nos convertimos en padres de nuestros padres, necesitamos apoyo. Tanto para nuestro progenitor dependiente como para nosotros mismos. Siempre es necesario disponer del asesoramiento de los profesionales especializados, como médicos o gerontólogos. Cuidar no es solo atender al cuerpo enfermo que no se vale por sí mismo, también hay que ser sensible a sus mentes, a su bienestar emocional. Por otro lado, es crucial que evitemos el aislamiento. No desconectemos a la persona mayor dependiente de su entorno social, de los amigos, y de toda la red de familiares, además de nosotros mismos.
Procuremos, además, contar con un buen soporte humano para nosotros. Los amigos y la pareja deben ser esos aliados del día a día.
Una nueva etapa vital para amar a nuestros padres de otro modo
Es muy posible que la relación con nuestro padre o madre dependiente no fuera precisamente buena. En estos vínculos muchas veces se tejen con fricciones, discrepancias, diferencias de valores e incluso duelos no resueltos.
Sin embargo, en ocasiones, vivir esa etapa en la que los progenitores se convierten en personas dependientes de nosotros puede hacer que la relación cambie. Las actitudes de ellos y nuestra sensibilidad pueden virar, y entonces, se teje otro vínculo mucho más puro y desprovisto de rencores.
Esa etapa vital puede ser enriquecedora, dura en ocasiones, pero revestida de un amor más íntegro y hermoso que vale la pena vivir, y custodiar en la memoria. Convertirnos en padres de nuestros padres es doloroso, pero ningún acto es tan natural, ético y bondadoso como esa etapa.