Seguramente hayas oído que «Internet es una Nube«. Utilizamos distintas expresiones en este sentido: «he subido esta foto» o «eso lo tengo guardado en la Nube«. Es curioso cómo se ha popularizado esta percepción de Internet. Inconscientemente, nos imaginamos que realmente nuestros documentos, fotos y cuentas de usuario están “en las nubes”, en un lugar enorme y etéreo, blanco y esponjoso, allá en los cielos. Y confiamos en que están bien ahí, pero lo cierto es que Internet está en la tierra, no en los cielos.
Internet es algo muy físico
Existen miles de kilómetros de cables que llevan la información de un lugar a otro. Estos cables de cobre y fibra óptica están bajo el asfalto en las ciudades y bajo el océano cruzando de un continente a otro. Existen centros de datos que son edificios grandes como naves industriales en cuyo interior se encuentran pasillos y pasillos de armarios con ordenadores de gran capacidad. En ellos se guardan desde nuestros correos electrónicos a todo nuestro historial de redes sociales.
Pero todos esos cables no se ven, y esos centros de datos quedan muy lejos. Resulta en cambio que nuestra experiencia más inmediata es que nuestro móvil se conecta a través del aire con la Nube. Y en parte es cierto: si estamos en un lugar con cobertura móvil (3G, 4G) o nos conectamos a una red WiFi no usamos cables. Pero esto es sólo el último tramo de la red. La cobertura móvil y la WiFi provienen de una antena cercana y a partir de ahí el resto de Internet es cableado.
¿Qué pasa cuando subimos una foto a la red?
Creer en los Reyes Magos puede tener sentido, pero creer que Internet es una Nube nos aleja de hacer un uso responsable y consciente de nuestra actividad en la red. Cuando subimos una foto a una red social, como por ejemplo Facebook o Instagram, esta foto “viaja” a través del router WiFi o de una antena de cobertura móvil, pasa por muchos kilómetros de cables y otros routers en Internet, hasta llegar a un centro de datos de Facebook que está en otro país, como puede ser Finlandia o Estados Unidos. La sensación de que subir una foto es algo instantáneo se debe a que la velocidad de transmisión de las tecnologías de Internet es muy alta: tarda apenas unos milisegundos, pero lo cierto es que la foto realiza un gran viaje y queda allí guardada.
¿Qué consecuencias tiene esto?
En la medida en que una foto está allí y no aquí, en nuestro móvil, hemos perdido en cierto modo el control sobre ella. Las personas que tengan acceso a la foto la pueden descargar y hacer con ella lo que quieran, dentro o fuera del marco legal. Incluso si más adelante decides borrarla, dejarás de verla pero, ¿cómo puedes saber si ha desaparecido del centro de datos? No puedes saberlo. Si realmente quieres mostrar una foto a una amiga, recuerda que puedes enviársela directamente o bien mostrársela en la pantalla de tu móvil y comentar sobre ella. Casi nadie piensa en estas cuestiones. Así renunciamos a la propiedad de nuestra información, que pasa a pertenecer a las empresas tecnológicas.
¿Sabrías decir cuántas aplicaciones tienes en tu móvil? ¿Cuántas cuentas has creado en diferentes sitios web? Tal vez muchas de ellas ni las recuerdas. La huella digital es toda esa información que vamos introduciendo en las aplicaciones: los datos que generamos al usar nuestra cuenta de correo electrónico o la cuenta cliente para entrar en una tienda online, la información sobre nuestra ubicación (dónde estamos) que recopilan las redes sociales y otras aplicaciones, a qué hora y cuánto tiempo nos hemos conectado, las fotos que subimos y los comentarios que escribimos. Toda esta información se guarda en los centros de datos y estos datos también son susceptibles de ser vistos por otras personas si alguien consigue acceso a nuestras cuentas y dispositivos.
¿Qué oportunidades educativas sugiere esta realidad?
A lo largo de la historia, toda sociedad ha tenido sus mitos y lo mismo sucede ahora. Hoy en día solemos aceptar acríticamente diversos mitos acerca de la tecnología: que Internet es una Nube, que hay que estar conectados, o que la tecnología resolverá los problemas de la humanidad. Superar estos mitos requiere de que cada uno de nosotros comprendamos mejor cómo funcionan las tecnologías, de manera básica pero muy realista, como acabamos de ver.
Lo importante de este conocimiento es ponerlo en práctica. Podemos llevar a cabo acciones sencillas pero conscientes para cuidar nuestra seguridad digital, como por ejemplo, borrar cuentas de usuario que no utilizamos hace tiempo, cambiar las contraseñas de nuestras cuentas de vez en cuando y hacer limpieza de nuestra huella digital: por ejemplo, puedes buscar tu nombre en la web y borrar información que no quieres que sea pública, o puedes entrar en la red social que más utilices y borrar publicaciones y comentarios antiguos de los que ni siquiera te acordabas. También estos criterios nos pueden ayudar a revisar junto al profesorado qué aplicaciones educativas se utilizan en la escuela, y buscar soluciones tecnológicas que sean respetuosas con la propiedad y la privacidad de la información del alumnado.
Es recomendable hacer un uso consciente de las aplicaciones online, teniendo en cuenta cómo están diseñadas para retener nuestra atención, cómo se conectan a Internet y qué hacen con nuestra información. Utilizarlas cuando sea necesario, evitando hacer un uso intensivo. Al acompañar a niños y niñas en el uso de las pantallas, nos será muy útil ir introduciendo estas cuestiones y preguntas acerca de cómo funciona la tecnología para promover que aprendan a ser responsables por sí mismos.