«He fallado más de 9.000 tiros en mi carrera. He perdido más de 300 partidos. En 26 ocasiones me confiaron el tiro ganador y fallé. He fallado una y otra y otra vez en mi vida, y por eso he tenido éxito». Son palabras de Michael Jordan, una de las estrellas del Baloncesto mundial, leyenda indiscutible de todos los tiempos. No fue sólo su talento lo que le llevó a ser uno de los grandes, sino también su filosofía de vida, aquélla que decía que la clave del éxito es el fracaso.
Si algo nos ha demostrado la vida es que de los errores se aprende, que si no fallamos de vez en cuando, no entenderíamos nunca el éxito o que, como decía Woody Allen, si no te equivocas, es que no te arriesgas. Puede parecer una batería de frases bonitas con un cierto sentido poético pero nada más lejos de la realidad. La experiencia ha demostrado a lo largo de los años que un error a veces vale más que el más deseado de los triunfos. Y no, no estamos locos si decimos que para crecer como personas es obligatorio equivocarse, pero ¡ojo! no nos quedemos con la espuma del mar, equivocarse es necesario pero después, hay que aprender de esos errores. Si no, no vale de nada.
«El fracaso es una asignatura obligatoria para el éxito duradero», asegura a EL MUNDO el coach Enrique Jurado, experto en Inteligencia Emocional, director de D’Arte Coaching y fundador de Gente Brillante. «La única razón por la que fracasamos es porque al menos nos permitimos seguir creciendo. No hay ninguna especie en el planeta que lo haga todo bien. El error es parte del crecimiento y la evolución», añade.
Seis son al menos son los motivos que da este profesional de lo positivo que puede ser cometer fallos. Te vuelves más inteligente: el error te permite analizar la situación y aprender de ella pues el éxito a la primera no genera análisis; desarrollas una mayor capacidad de aprendizaje; desarrollas tu memoria; te motivan a seguir aprendiendo; incitan nuevas conexiones neuronales en el cerebro y lo vuelven más activo y ejercitas tu capacidad de resistencia.
Sin embargo, aceptar que nos hemos equivocado no es sencillo, algo hemos hecho mal y seguramente, hubiésemos querido que no ocurriera. Por ello, lo mejor es considerar el error como un reajuste. «Todos los grandes maestros pulen su arte (el que sea) a base de cometer errores y corregir. Es absolutamente hilarante pensar que uno se va a convertir en maestro de nada sin equivocarse», sostiene Mila Cahue, doctora en Psicología y autora de los libros Amor del bueno y del recientemente publicado, El cerebro feliz (Paidós Divulgación).
La clave de todo, está en cómo se interpreta ese error. La diferencia está en eso. Es decir, «algunos interpretan el error como fracaso y, dependiendo de lo que éste signifique para ellos, lo disimularán, o echarán la culpa a otros. Quienes saben relativizarlo y asumirlo lo entienden como una parte en el camino de su perfeccionamiento personal», aclara. Así, el error más grande no consiste en cometerlo, sino en no enmendarlo. «Meter la pata y no sacarla te deja en el agujero para siempre. Pero si eres capaz de reírte, y corregir, el éxito está asegurado. En lo que sea», añade la experta en Psicología.
Cómo aceptar los errores
No cabe duda de que los errores están muy mal vistos en la sociedad. «El error es maravilloso, pero cultural y socialmente esta muy penalizado. Nos hemos creído a pies juntillas la formula de ‘valor=resultados’, y por eso odiamos fallar. Y la tensión que nos genera el fallo nos lleva a seguir fallando. Si eliminásemos la tensión, el aprendizaje sería mucho más rápido y efectivo», mantiene el experto. Pero más castigado aún están los errores que se cometen en temas nucleares como el trabajo, familia, pareja, amigos. «Hay unas expectativas que según este profesional, son absolutamente irreales y obsesivas sobre nuestra perfección, y de esto tiene mucha culpa, los modelos ideales que nos están inyectando a través de la TV, Internet o el cine. Hollywood nos ha hecho mucho daño», aclara.
Por ello, cuando cometemos un fallo lo primero que debemos de hacer es aceptar el dolor, como parte natural del proceso de aprendizaje. De este modo, y según explica Jurado, una vez le das sentido, y dejas de lado el juicio, va a ser muy sencillo seguir adelante hasta que alcances tu deseo o meta. Lo importante por tanto, es reconocer estos fracasos como parte fundamental del éxito a largo plazo, y no quedarse con el dolor temporal, sino con el triunfo y la felicidad duradera.
Para entenderlo mejor, Jurado alude a Tim Gallwey, el padre del coaching moderno. Éste decía que el verdadero aprendizaje se realiza de una forma efectiva y con los mejores resultados, al eliminar toda interferencia interna, es decir, todo juicio. De este modo, los bebés al aprender a caminar o a hablar, no reciben ninguna instrucción, y sin embargo aprenden casi de un día para otro, porque carecen de juicio interior. Simplemente, se guían por su deseo natural de crecimiento y evolución (caminar, hablar), y el instinto les lleva a ‘intento+corrección’. Así, en apenas unas semanas aprenden dos de las más complejas habilidades humanas, sin ninguna instrucción.
Hacer jóvenes resistentes a la frustración
Lo mismo sucede el el ámbito educativo. Aunque suene paradójico, incluso cínico, a veces es bueno suspender. Uno, para no dar nada por hecho y dos, para poder saborear y apreciar mejor los éxitos.
No estamos diciendo que el suspenso en sí sea bueno, nada de eso, sino que «el suspenso, como cualquier error, forma parte del proceso de aprendizaje, por tanto será bueno siempre y cuando, seamos capaces de hacer una análisis reflexivo de ese error: valorarlo, reflexionar, hacer un plan de mejora», afirma el orientador educativo Jesús Zapatero Herranz, miembro de la Asociación Aragonesa de Psicopedagogía (AAPS).
Pero sobre todo, equivocarse es bueno por algo mucho más importante que todo lo demás: para que sean tolerantes a la frustración. Hay alumnos que no están acostumbrados a suspender y luego, bien en la Universidad o después en el trabajo, comenten fallos que les cuesta aceptar. «La tolerancia a la frustración es muy importante para la vida, forma parte del desarrollo de la personalidad y, según estudios muy rigurosos, tiene un peso decisivo en el devenir de cada persona», sostiene Zapatero. Por ello, es imprescindible recordar «que no solo debe ser la escuela la que forme a los niños y niñas para que sepan gestionar bien emociones como la frustración, sino que es fundamental el papel de las familias», concluye.