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El peligro de las Fake News y su impacto en la ciudadanía

Son diseñadas intencionalmente con el fin de confundir, engañar y manipular, y muchas veces involucran también la intervención digital de imágenes, videos, sitios web, etc.

Las noticias falsas, también conocidas como Fake News, son informaciones ficticias difundidas bajo el disfraz de hecho noticioso para generar la percepción de realidad en la población. Son diseñadas intencionalmente con este fin para confundir, engañar y manipular, y muchas veces involucran también la intervención digital de imágenes, videos, sitios web, cuentas personas y medios de comunicación.

Los motivos detrás de quienes las crean y reproducen son múltiples, desde la simple broma o parodia, hasta la controversia ideológica o incluso el fraude económico. A aquello se suma el llamado sesgo de confirmación, que es la tendencia natural que tenemos las personas a favorecer, buscar, interpretar y recordar la información que confirma las propias creencias o hipótesis, dando desproporcionadamente menos consideración a posibles alternativas.

Alejandro Morales, periodista, doctor en Comunicación y académico de la Facultad de Comunicación e Imagen (FCEI) de la U. de Chile, explica que el fenómeno de la desinformación no es algo nuevo. “Las noticias falsas y los desórdenes informativos han existido siempre. Lo que pasa es que con la facilidad de publicación digital que entregan las redes sociales y otras plataformas, los medios de comunicación tradicionales y, en particular, los periodistas, hemos perdido esa capacidad de filtrar y verificar todos los mensajes que llegan al ecosistema mediático, a la opinión pública”, sostiene.

Por lo mismo, no es correcto hablar de Fake News, porque si algo es falso, no es noticia, y si es noticia, es porque no es falso. El término correcto es desinformación, que es más amplio y alude a todo contenido falso, inexacto o engañoso intencionalmente diseñado, presentado y promovido para causar daño público o beneficios particulares. Valiéndose de la tecnología y los datos masivos, se busca de forma premeditada alterar la percepción de grandes grupos de personas o sociedades e influir en su comportamiento. Funciona mediante un engaño, difundido bajo el “disfraz” de una noticia real, agrega el profesor Morales, también jefe de la Unidad de Medios Digitales de la Dirección de Servicios de Información y Bibliotecas (SISIB) de la U. de Chile.

La profesora Ana María Castillo, periodista, doctora en Comunicación y co-directora del Núcleo Inteligencia Artificial y Sociedad de la FCEI, plantea que la desinformación a través de las Fake News es muy dañina. “La desinformación es algo bastante antiguo y nos acompaña desde que es posible informar de manera masiva. Hay que diferenciar la posibilidad de engañar a través de las noticias, de descontextualizar o de transformar en masivos algunos argumentos que están construidos. Este sería el tipo más dañino de desinformación, es más pensado y articulado”.

Impacto en procesos sociales y políticos

A medida que la digitalización en el mundo globalizado se extiende y profundiza, la desinformación tiene mayor capacidad de impacto en procesos sociales, políticos y también económicos. Frente al caso del plebiscito constitucional del próximo mes de septiembre, el profesor Morales afirma que las Fake News son una amenaza, “porque contaminan la difusión de mensajes de algo que ya es complejo de comprender, como son los temas legales, y aún más en un documento jurídico tan extenso e importante, como la propuesta de nueva Constitución. Ello, sumado a la distribución de poder que está en juego, la gran cantidad de partes interesadas, el número de indecisos, y el clima político altamente polarizado, están generando el caldo de cultivo ideal para la “viralización” de la desinformación”, agrega.

El peligro es alto, pues impide a los ciudadanos tomar decisiones informadas si están expuestos a engaños y noticias falsas. Generan, además, un clima de incertidumbre y falta de confianza en las informaciones verídicas. Para la profesora Ana María Castillo, el principal riesgo es que si la desinformación no es bien trabajada y desmentida, pasa a ser considerada realidad. “Ya no se trata solo de tener diferentes visiones u opiniones, sino que hay personas que se plantean desde argumentos distorsionados, por lo tanto, el diálogo equitativo se dificulta y termina siendo confuso”, indica.

“En los últimos años, la desinformación en redes sociales ha impactado mucho, es cosa de recordar el escándalo de Cambridge Analítica y sus resultados en EEUU y Reino Unido. No solo porque se haya producido la intervención directa y el uso de datos de usuarias y usuarios, sino también porque deja al descubierto la enorme cantidad de datos que las grandes empresas de redes manejan de sus usuarias y usuarios, los que permiten generar criterios y características que identifican a una persona como ‘indecisa’ políticamente y que la vuelven blanco de desinformación (incluso pagada). Ahí está hoy el gran campo de disputa de las campañas”, añade.

Por otra parte, el clima de crispación actual y los algoritmos propios de las redes sociales generan un fenómeno llamado filtro burbuja, que es el aislamiento intelectual o ideológico generado por la entrega de información con la que estamos de acuerdo, en función de nuestro comportamiento pasado en internet. De esta manera, estar sobreexpuestos solo a noticias que nos gustan, distorsiona potencialmente nuestra percepción de la realidad, en lo que se conoce como cámara de eco, explica Morales.

Acciones para combatirlas

Para combatirlas, en tanto, hay acciones colectivas e individuales. Dentro de las colectivas está la mayor alfabetización mediática y digital de los ciudadanos; un grado de control más alto por parte de las mismas plataformas digitales; más investigación académica sobre este fenómeno; y estándares más altos de verificación (fact checking) en los medios de comunicación. Entre las acciones individuales, en tanto, está el informarse con fuentes directas y diversos medios; el estar en alerta y dudar de la veracidad de los contenidos que nos llegan; el no compartir ni amplificar contenidos dudosos; el saber distinguir entre hechos, opiniones e interpretaciones; y el tener una dieta informativa balanceada.


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