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Síntomas de la depresión silenciosa: escucha lo que tu cuerpo te está diciendo

A menudo, la depresión se manifiesta a través de manifestaciones físicas que pueden pasar desapercibidas, como dolor de espalda, fatiga generalizada o falta de apetito.





La depresión está catalogada como enfermedad en el “Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales” (DSM V), que la considera un estado de ánimo depresivo en la mayor parte del día, con disminución considerable del placer o interés por las actividades de las que antes se disfrutaba. 

Las cifras de prevalencia solo representan a las personas diagnosticadas. Pero podrían ser más porque en muchos casos esta enfermedad no se manifiesta de forma directa solo a través de los sentimientos de tristeza y muchos no están diagnosticados. La depresión tiene muchas caras. 

En algunas situaciones el cuadro depresivo se expresa a través de síntomas físicos más que psíquicos. Es una condición que se conoce con el nombre de depresión silenciosa, enmascarada u oculta, y esta no está reconocida en las clasificaciones de trastornos mentales a nivel internacional. 

Qué es la depresión silenciosa 

Muchas personas sufren depresión pero no lo parece: van a trabajar, participan en compromisos sociales o realizan las actividades cotidianas sin problema aparente. Pero, en el fondo, se sienten exhaustas porque todo les supone una lucha.  

La Asociación Americana de Psicología (APA) define la depresión enmascarada como un “episodio depresivo mayor en el que el paciente se queja de síntomas físicos en lugar de alteración del estado de ánimo y no se puede encontrar una causa biológica de los síntomas físicos”. 

Los pacientes que la cargan suelen acudir al médico con quejas sobre distintos dolores y molestias orgánicas que viven cada día. Pero el origen del mal es psicológico, que acaba afectando al cuerpo de forma física. 

De hecho, se cree que hasta un 10% de las personas que acuden a los servicios de atención primaria tienen síntomas de depresión, pero pasan desapercibidos hasta un 50% de los casos.  

El paciente suele hablar de molestias somáticas y conductuales, alteraciones somáticas y trastornos físicos que suelen enmascarar la presencia de una depresión:  ​

  • Trastornos neurológicos: dolor de cabeza, cefaleas o parestesias son uno de los síntomas más frecuentes. Suelen ser de carácter tensional y de una intensidad leve-moderada.
  • Trastornos neurovegetativos: astenia, lipotimias o hiperhidrosis
  • Trastornos sensoriales: vértigos o acúfenos
  • Trastornos digestivos: náuseas o alteración del ritmo intestinal
  • Trastornos cardio-circulatorios, del ritmo cardíaco
  • Otros trastornos como fatiga, problemas de sueño, pérdida de peso, impotencia, alopecia, disnea, picor en la piel o eccema, entre otros.

Estos síntomas somáticos son más comunes sobre todo en mujeres, especialmente embarazadas, ancianos, niños o pacientes con enfermedades orgánicas asociadas. La sintomatología descrita dificulta este diagnóstico ya que suele enmascarar el verdadero trastorno.  

La mayoría de las veces esto supone un largo camino de especialista en especialista que retrasa el diagnóstico. Porque, casi siempre, ni el propio paciente entiende lo que le está sucediendo porque la depresión se esconde en un cansancio difuso o dolores indefinidos. 

Pero el trastorno subyacente es un trastorno depresivo que incluye síntomas típicos como bajo estado de ánimo, pérdida de interés hacia ciertas actividades, sentimiento de culpabilidad inapropiada, disminución de la capacidad de concentrarse y, en los casos más graves, ideas suicidas. 

Un tratamiento necesario lo más pronto posible 

Cuando la depresión reúne los criterios de trastorno depresivo mayor, como tristeza o bajo estado de ánimo, el diagnóstico llega más pronto que cuando es una depresión somatizada.  

Este retraso aumenta la posibilidad de que se cronifique el cuadro psicológico y se deteriora la calidad de vida de la persona porque pueden aparecer otras complicaciones médicas y psiquiátricas. Un tratamiento lo más precoz posible evita esta cronificación y, de forma especial, el dolor. 

El tratamiento suele iniciarse, como en cualquier otro tipo de depresión, con medicación antidepresiva o una intervención psicológica, o ambas a la vez si el médico lo considera necesario.  





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